Reflexiones
en torno al paisaje
…cuando Carducci dice “el silencio verde delos campos” está
diciendo algo tan cerca y tan alejado de la realidad inmediata como si dijera
“el silencio de los verdes campos”…
Jorge Luis Borges
Si te
alejas de la ciudad y te adentras a un bosque; escucharás el silencio. Gracias
al silencio escucharás una variedad de sonidos imposibles de percibir en el
bullicio de las calles. Alguna vez, dentro de mis recorridos en el bosque creí
volverme loco. Recuerdo alguna noche cuando todos estaban dormidos en mi casa y
no podía dormir; el silencio penetraba en tus oídos como un zumbido y el crujir
de la puerta de madera resonaba en la penumbra. Así, los arboles crujían, se
movían y tronaban; en una pausada danza con el viento. Éste, a su vez, se hacía
presente con su fuerza; surcando el vacío de un extremo al otro del bosque;
haciendo un sonido un poco aterrador y un tanto fascinante. El paisaje rural y
el campo me llenan de sosiego. Hablar de paisaje no sólo se trata de encontrar
la mejor vista; el paisaje no tiene que ver sólo con mirar.
Busco
un punto y me establezco; un punto lo suficientemente alto para que el ambiente
cambie. Aquí, el viento tiene más fuerza, es mucho más frío y el ruido del
follaje de los arboles es más nítido; los helechos y los matorrales también. A
lo lejos se escuchan los perros y los balidos de una cabra contrastan con el
rugido del motor de un tráiler. El paisaje no sólo tiene relación con mirar, no
sólo es una vereda, ni una montaña, ni un bosque, ni una ciudad; el paisaje es
uno mismo. El paisaje lo creamos y él nos crea a nosotros.
Desde
un punto de vista romántico empecé acercarme al paisaje. Convertirse en
paisajista conlleva tener un espíritu aventurero y un afán por los viajes.
Encontrar un lugar, cualquier lugar digno de representarse es el resultado de
un largo caminar. Así, salí a caminar como hicieron los pintores
impresionistas; al aire libre. De esta manera, caminar se convierte en un acto
creativo que va de la mano con la contemplación. Entonces, cómo abordar el
paisaje sin parecer un antiguo romántico o un impresionista anticuado. Es algo
en lo que no me había detenido a pensar sino hasta hoy. En realidad yo nunca
quise dejar de serlo.
La
ciudad ofrece muchas tentaciones, como negarme a la tentación de probarlas; lo
mismo pasa con el arte. Mi mente deambulaba de la misma forma que mi cuerpo
divagaba por la ciudad; perdido, en alguna calle de la ciudad; somnoliento, en
algún paraíso artificial de esta gran urbe. De igual manera, perdido en
diferentes espacios del arte; es como he ido conociendo. Un día creí que era
pintor, otros me sentía un fotógrafo; nunca he podido mantenerme en un sólo
lugar. Incluso, nunca he vivido más de seis meses en un departamento. Estoy en
un sendero y los caminos se bifurcan. Tomo la desviación y los caminos nunca
vuelven a encontrarse.
El
cambio fue drástico. La ciudad es muy grande; apenas hoy me estoy acostumbrando
a su ritmo. El paisaje es muy diferente, y su forma de experimentarlo también.
Aquí, en DF nunca pude hacer la pintura al aire libre; la ciudad es tan
cambiante que no podía concentrarme. Es difícil encontrar un lugar tranquilo y
aparentemente estático. La ciudad siempre está en movimiento, parece que nunca
duerme.
Mi
historia, es la de un provinciano que vino a la capital a buscar nuevas
oportunidades. Mi ciudad natal es pequeña pero muy cercana a la capital. Mi
objetivo, entrar en la verdadera competencia y conocer la escena del arte. Para
mi sorpresa, esa escena resulto ser un mundo superficial y déspota; aunque eso
es lo de menos. Es por eso que en los últimos meses ha empezado a importarme lo
efímero y a dedicarme a la contemplación; a caminar, divagar, deambular,
vagabundear; a no hacer nada. Para alguien que se encuentra perdido como yo;
deambular es el primer paso, me la paso deambulando: en la casa, en la ciudad,
en la escuela, en mi mente.
La internacional situacionista de 1957 reconoce el perderse en
la ciudad como una posibilidad expresiva de perderse como forma concreta de
anti arte.
Es a
partir del recorrido por la ciudad y el campo, que hago ver su diferencias y
semejanzas; de manera similar a los dadaístas, siendo un especia de flaneur
posmoderno.
Flaneur: personaje efímero, rebelándose contra la modernidad,
perdía el tiempo deleitándose con lo efímero y lo absurdo en sus
vagabundeos de la ciudad. Dadá eleva la tradición de la flanerie al rango
de operación estética.
Ha diferencia que haré
también recorridos por el campo.
Por medio de la deriva,
la manera situacionista, y con una orientación hacia lo efímero conformaré una
bitácora.
Se acuña la nueva palabra le dérive; una actividad lúdica
colectiva, propone investigar apoyándose en el concepto de psicogeografía, los
efectos psíquicos que el contexto urbano produce en los individuos.
Si es posible retomar la
pintura